sábado, 7 de abril de 2012

CARLOS FUENTEALBA

Monolito de Arroyito, apostado en el lugar en el que 
Ruben Dario Poblete
 asesino a Carlos Fuentealba.-


El cronista va en auto y ve que su vecina (docente) iba caminando hacía la Escuela. Para, la invita a subir y María Inés (la vecina en cuestión) accede a ser “alcanzada”. 

“¿Cómo espera la semana que viene?” le pregunto, “difícil –responde-, lo más seguro es que no vaya nadie, yo no me adhiero a las medidas de fuerza del gremio, pero el 4 hay paro y es un día muy difícil para ir a trabajar” dijo la docente al bajarse del auto.

Fuentealba es así. Un dolor abierto que se yergue en cada conversación. Esta ahí, incluso cuando no lo vemos, no porque sea Dios ni nada parecido, sino porque mientras espera su ascenso, se detiene en la conciencia colectiva de nuestra país para decirnos que el fue asesinado por luchar en una provincia en el que el poder que lo mató todavía sigue siendo, justamente, poder: real, latente y repugnante a la vez.


Ya en su trabajo el cronista piensa en el dialogo con su vecina. Sabe que es un día difícil, incluso para él que no es docente y no puede participar de la marcha. Fuentealba sigue doliendo y él trabaja. Piensa de que forma se puede homenajear a Carlos, piensa y se sienta frente a la maquina, que al igual que la de Benedetti, nunca estuvo tan pálida.