viernes, 4 de septiembre de 2009

APOLITICISMO Y CONSERVADORISMO

El retorno de la democracia es un acontecimiento histórico que no pude vivir por el simple hecho de no haber nacido. No obstante, el relato de los compañeros que tuvieron ese privilegio es una fuente, que como manantial informativo, puede considerarse de primera.
Luego de siete años de represión, de silencio y de muerte, los argentinos se prestaron a un contexto que les permitía volver a expresar en plenitud sus sueños, ideas y formas de entender la cultura. Y si alguien se remite a las imágenes, por ejemplo, de los actos de cierre de campaña del pasado, puede pensarse que pertenecen a otro país, o bien el país que nosotros recibimos es otro muy distinto al de aquellos tiempos. De la primavera alfonsinista, pasamos al punto final y la obediencia debida, de la revolución productiva y el salariazo a la entrega del patrimonio nacional, y de la Alianza al Frente para la Victoria. 
Los que se criaron bajo la dictadura militar se formaron con el miedo, miedo a pensar, miedo a decir, miedo a participar, y si los apretamos un poco, con el Sida, también con miedo a coger. Los que nos criamos bajo el menemismo, fuimos formamos al mejor estilo de la posmodernidad: superficialidad de valores y practicas éticas; descontento con todo y hacía todo, individualidad exacerbada por un mundo que día a día daba ventajas al sujeto individual, por sobre el sujeto colectivo. Y que ante la ausencia de ideas rectoras, planteaba, el relax mental y racional. Las perdidas por esto se ven en todos los ámbitos y hacen dudar sobre el futuro del país.
Hoy predomina una práctica tan siniestra como compleja, que amenaza con dinamitar el sustento democrático e institucional, y que bajo la figura del apoliticismo, encubre un rancio tufo a conservadorismo, aunque muchos planteen de los apolíticos pretendan hablar desde la izquierda. 
El Poder, siempre ha mentado estrategias para alejar al pueblo de la política, por eso la referencia al miedo y a la posmodernidad. Los que en el Proceso se comprometían eran subversivos, mientras que los que lo hacían ayer eran ingenuos que pretendían cambiar lo incambiable o picaros que querían vivir de la política, algo parecido al no trabajar. 
Hoy la figura ha mutado, un poco por intención del poder, otro poco por vaciamiento mental en nosotros y el ignorante político que criticaba Brech, se ha convertido en la regla social. Es común ver como la gente (ya no el pueblo) no se compromete a participar en ese algo que reviste estatus de pecado, o escuchar como nadie quiere ser “político” por que es algo indigno, o como la reflexión critica sobre los acontecimientos que nos toca vivir, pierde terreno frente al insulto (producto del descontento) y al rechazo a toda práctica que se pueda considerar como ejercicio del poder que nos corresponde de hecho y de derecho. 
Las organizaciones sociales y gremiales, luchan contra el poder, protestan y movilizan contra toda medida que atente contra los derechos humanos o contra el pueblo. Resisten, pero no proyectan. Enfrentan, pero no superan. Protestan, pero no proponen. No quiero insinuar indignidad en todos los compañeros que participan, por que yo soy uno de ellos. Lo que me parece hace falta por el rol que nos toca cumplir, es una profunda autocrítica de lo que somos y de lo que queremos ser. 
Mientras nosotros resistimos, lo hacemos en razón de lo que el poder acciona, somos tan solo un impedimento, un freno ante la arbitrariedad, digno, dignísimo en muchos casos, pero que no basta para cambiar las cosas, si no tan solo para impedirlas. 
Lo mismo pasa con el enfrentamiento, cuando vamos por el reconocimiento de derechos que consideramos nos faltan, cargamos movilizaciones, en muchos casos contundentes, pero que las mas de las veces vacías de contenido, hacemos protesta sin propuesta. O lo que es lo mismo decir: delegamos la propuesta de solución en quienes no quieren que esa solución aparezca. Por lo tanto, seguimos sin superar, los obstáculos que el poder nos pone en el camino. Y esto es consecuencia del apoliticismo. 
Es necesario e imperioso que las organizaciones sociales y gremiales discutamos integralmente que objetivos queremos lograr al corto y mediano plazo, y con que forma organizativa los vamos a alcanzar. 
Yo creo que es necesario seguir movilizando, protestando y resistiendo, pero a eso lo tenemos que acompañar con estrategia de poder. Si nos quedamos presos del apoliticismo, serán otros los que ocupen los espacios que por derecho nos corresponden. Mientras sigamos con miedo, rechazo o negligencia para con la República, ellos serán los que gobiernen. 
La experiencia de Bolivia en forma positiva (y la Argentina en forma negativa) demuestra que los procesos que no están acompañados de disputa por el poder, caducan, o se reducen al enfrentamiento o la resistencia. La forma de disputa, muchas veces la definen los dirigentes capaces y muchas otras la circunstancia oportuna. Sea cual sea la forma que elijamos para dar esa pelea, es necesario que reaccionemos de la anestesia apolítica, que más que beneficios individuales trae profundas lesiones colectivas. La forma de conservar el estatus quo, es una práctica legitimada socialmente. La crisis del 2001, en la cual no había legitimidad social, luego del fracaso del “que se vayan todos”, se convirtió en el apoliticismo reinante. No obstante, el espíritu que inspiro los acontecimiento sigue latente en la sociedad. El como recuperarlo, es una cuestión estratégica. 
Jorge Alvarez